Soy la única mujer de seis hermanos, fui criada en colegios católicos y Dios siempre ha sido una parte muy importante en mi vida. Antes de cumplir 5 años, viví un terremoto que azotó a mi país, eran pasada las 8 de la noche de un viernes por allá en los 60`. Nuestra casa estaba ubicada detrás de la iglesia del pueblo, era un caserón, con paredes de caña amarga y techo de bahareque, un gran patio en el medio, rodeado de corredores, las habitaciones, la cocina, baño, y un largo pasillo que daba a la calle al que llamaban zaguán. No recuerdo como comenzó, lo que puedo recordar fue cuando comenzaron a moverse los muebles y mi papá con mis hermanos y una tía salían corriendo, mi mamá me tomó de la mano y en eso... se fue la luz, corrimos tratando de hacernos paso entre lo muebles pero ella tropezó con uno y caímos, solo podía escuchar a mi mamá rezando.
Una vez afuera, se percataron que Ines, la que había sido nana de mi mamá y ahora nuestra abuela postiza, una morena colombiana de Cartagena, anciana, dulce y severa a la vez, no había salido con nosotros y aún se encontraba en su habitación, al final de la casa. Mi papá se regreso para buscarla, porque había un detalle, ella era ciega, cuando mi padre llegó a la habitación estaba de pie con los brazos estirados hacia el cielo rezando, ambos salieron con la prisa que el momento les permitía y estuvieron a salvo.
Comenzó a llover, todos nos cubríamos con mantas en medio de la plaza cercana, luego de un rato, ya lo más difícil había cesado, sin embargo no podíamos volver a la casa, parte había quedado tapiada por las paredes que había caído sobre los muebles y sobre las camas de mis hermanos...
Mis padres siempre acostumbraron que teníamos que acostarnos temprano para ir al colegio, por lo que la norma era: todos los días a las 8:00 p.m, teníamos que estar en cama; particularmente ese día, por vía de excepción le permitieron a mis tres hermanos mayores quedarse en la sala viendo la única televisión en casa, y como explique sus camas quedaron totalmente cubiertas de escombros de las paredes y parte del techo que había caído, desde ese día esa regla había cambiado para siempre, y el horario comenzó a ser un poco más flexible.
Esa noche dormimos en mantas en el piso de una vecina de la abuela, y con la luz del sol, todo comenzó a cambiar, como éramos damnificados, nos asignaron una pequeña y hermosa casa en una bonita urbanización a las afueras del puedo, donde vivimos felices por mas de 20 años, pero, esa, es otra historia...
Desde ese día... han pasado más de 40 años y aún conservo la costumbre de rezar cada noche y al despertar agradecer a Dios por darme el regalo de un nuevo día.
claro que soy yo!! No imaginas lo feliz que me hizo tu saludo en mi blog.
ResponderEliminarHace algún tiempo un amigo de Caracas estuvo tratando de encontrarte a mi pedido, aunque sin suerte. Lástima que no dejaste una dirección donde escribirte. Podrías hacerlo tú? sergio@chifflet.com
Me encanta tu dulzura y transparencia. He vivido cada imagen como si hubiese estado contigo. Gracias
ResponderEliminar